Traer lo antiguo al interior de la casa contemporánea va más allá de escoger referencias vintage o exhibir piezas raras: es aceptar que toda construcción posee capas de tiempo. Todo comienza con el reconocimiento de la historia del lugar y de quienes lo habitan. ¿Qué existía allí antes? ¿Qué recuerdos desea la familia mantener visibles? ¿Qué marcas de uso cuentan algo que vale la pena preservar?
A partir de esas preguntas, el espacio deja de funcionar como un escenario y pasa a actuar como mediador entre la memoria y la rutina: revela estructuras, asume texturas que el tiempo consolidó, ajusta circulaciones para los hábitos actuales y busca soluciones que no borren lo que vino antes.
Como señala el arquitecto Gabriel Magalhães, rendir homenaje al pasado puede darse en distintas capas, desde la narrativa hasta la materia. “Comienza con la historia del lugar y de quienes lo habitan: reconocer qué hechos, usos y afectos moldearon ese espacio. Ese trasfondo orienta decisiones concretas, como dejar la construcción original a la vista y limpia, valorar las marcas del tiempo y reutilizar muebles, obras y objetos que cuentan la trayectoria de la familia”.
En la elección de los materiales, la clave está en entender cuáles trascienden los años sin perder significado. “Los pisos y marcos de madera, las piedras naturales, los cobogós de hormigón y las ventanas metálicas siguen respondiendo bien a los usos contemporáneos”.
Surge entonces la pregunta: ¿recuperar lo existente o invertir en algo nuevo? Gabriel propone un criterio simple: disponibilidad y condición real del material. Si el elemento original está en el sitio y puede restaurarse con mano de obra accesible, su reaprovechamiento tiende a ser más económico y alineado con la sostenibilidad. “Pero cuando la recuperación exige desplazamientos largos, insumos escasos o intervenciones costosas, tiene sentido optar por un equivalente contemporáneo que respete el lenguaje y el rendimiento deseado”, explica el arquitecto.
Las piezas rescatadas o artesanales exigen una lógica inversa: el proyecto debe adaptarse a ellas, no al revés. Las dimensiones y proporciones de otra época no siempre se ajustan al estándar actual, por lo que el diseño necesita prever respiración y usos sin forzar encajes. En muchos casos, vale recontextualizar la función: un aparador puede convertirse en mesada de apoyo, una puerta antigua en panel decorativo, por ejemplo, manteniendo la integridad del objeto. “Esta solución evita la escenografía y produce autenticidad”, reitera Gabriel.
El reuso también es una herramienta de sostenibilidad. Reduce el impacto ambiental, evita desperdicios y genera soluciones únicas, ya que cada pieza recuperada requiere un detalle específico. Según el arquitecto, esta singularidad tiene valor cultural: demuestra que el proyecto no salió de una línea de montaje, sino de un diálogo entre lo que ya existe y las necesidades del habitante.
Para que todo esto tenga sentido, es fundamental identificar memorias afectivas que puedan traducirse en espacios con identidad. “Eso no surge de un briefing apresurado: requiere escucha activa del profesional y disponibilidad del cliente para reconocer qué debe permanecer, qué puede cambiar y qué merece un nuevo uso. De esos puntos surgen referencias concretas que orientan las decisiones.”
El rescate histórico no es una moda pasajera, sino un movimiento cíclico que responde al exceso de estandarización tecnológica de los últimos años. Lo que tiende a permanecer es la valorización de lo que nos precede y nos da raíces.
Como recuerda un proverbio africano citado por Gabriel: “Cuando no sepas a dónde ir, al menos recuerda de dónde vienes.”