A orillas del mítico río São Francisco, en el municipio de Pão de Açúcar, en Alagoas, se encuentra una pequeña aldea cuyo tamaño no refleja la grandeza de su creatividad. Con poco más de 400 habitantes, Ilha do Ferro, una comunidad ribereña, ha ganado reconocimiento en todo Brasil por transformar madera, hilo e imaginación en arte — y convertirlo en un camino colectivo de expresión y sustento.
El movimiento comenzó alrededor de la década de 1980, cuando Fernando Rodrigues dos Santos, más tarde conocido como Maestro Fernando, empezó a esculpir muebles a partir de troncos y ramas de la vegetación de la caatinga. Su trabajo llamó la atención por sus formas inusuales y su valor simbólico: las piezas parecían brotar del suelo seco del sertón, resignificando lo descartado en obras utilitarias de trazo fuerte y autoral. Lo que comenzó como una iniciativa solitaria pronto inspiró a familiares y vecinos. Con el tiempo, la producción artesanal se extendió por toda la aldea y se convirtió en parte del día a día.

Hoy en día, Ilha do Ferro es reconocida como uno de los polos más importantes del arte popular brasileño. Además de los muebles y esculturas en madera, la comunidad también se destaca por el bordado “Boa Noite”, creado por mujeres del poblado a partir de la flor del mismo nombre. Los diseños repetitivos, simétricos y minuciosos —a menudo geométricos o florales— revelan un refinado cuidado estético que contrasta con la sencillez de las herramientas y materiales utilizados.

La herencia dejada por Maestro Fernando sigue viva en las manos de artistas como su hijo Petrônio Rodrigues, así como de nombres como Aberaldo, Genauro, Zé Crente, Valmir, Vandinho, Vavan, entre otros. Cada uno ha encontrado un estilo propio dentro del lenguaje colectivo que se formó en la isla. Y el trabajo manual, además de ser una manifestación cultural, se ha convertido también en una estrategia de permanencia: muchos jóvenes que antes necesitaban migrar en busca de oportunidades hoy pueden vivir de su oficio local.
En los últimos años, nuevas iniciativas han contribuido a fortalecer este ecosistema creativo. Una de ellas es Reflorilha, un proyecto ideado por Yang da Paz, nieto de Maestro Fernando, que une arte y reforestación. La propuesta consiste en plantar especies nativas de la región —como el pereiro y el mulungu— utilizadas en la producción de las piezas, garantizando materia prima sostenible para el futuro y reforzando el cuidado del bioma de la caatinga. La comunidad también se organiza a través de la Asociación Ilha das Artes, que promueve talleres, colaboraciones y acciones destinadas a valorizar la artesanía y fomentar un turismo consciente.

En Ilha do Ferro, el arte no se limita a los talleres o galerías. Está en los patios, en los tendederos de bordados, en las formas de los árboles, en las fachadas coloridas de las casas y en el diálogo entre generaciones. Es un arte nacido de la escasez, pero que no carga dureza. Al contrario: revela la delicadeza de quienes aprendieron a mirar con atención lo que la naturaleza ofrece y a transformar lo cotidiano en algo profundamente original.

